El barrio La Guacamaya nació alrededor de una cancha de tierra. Aquel ‘monte’ que frecuentaban los entusiastas del fútbol ahora es prácticamente la ‘parte baja’ del sector de Juan XXIII.
El terreno de juego, conocido con el nombre de ‘La Planada’, era donde los jóvenes de la comuna ocho se medían para ver cual barrio tenía el mejor ‘combo’. Además del deporte, el terreno se caracterizó por ser el ‘lavadero’ de distintas madres que bajaban hasta la quebrada para lavar la ropa sucia.
Pero en 2005, luego de que una gran avalancha dejó sin hogar a distintas familias del barrio con nombre papal, las casas comenzaron a ‘florecer’ en la zona.
Todas las casas, vías y espacios son obras que los propios habitantes realizaron. Si no fuera por la insistencia de vecinos como Jesús Pinzón, proyectos como lo fue la construcción de la pila pública no hubieran sido posibles.
Los fundadores y gran parte de los actuales residentes son tanto vecinos como familia. Es común que hayan tres o cuatro casas que albergan a padres, madres, hijos, primos, sobrinos que migraron de barrios aledaños.
Pablo VI, Juan XXIII y el barrio Bucaramanga son los tres barrios con los que colindan e incluso hay pasos vehiculares y peatonales que los conectan. Por ejemplo, el sector comparte entrada con el barrio con el nombre de la capital santandereana.
Para entrar y salir en vehículo sólo hay una calle, pero esto no es problema porque dicha calle (la calle 69) es de un buen tamaño para transitar.
Eso sí, no hay transporte público que tenga en cuenta a la comunidad. Por lo que tener su moto propia se convierte casi que en una necesidad para poder salir de La Guacamaya.
Un lugar tranquilo
La mayor preocupación de los bumangueses hoy en día es la seguridad. Un tema tan debatido y con gran presencia en las calles de ‘la bonita’.
Sin embargo, lo que más destaca la comunidad del barrio es la tranquilidad que se goza en su hogares. Ciertamente los fines de semana la música y reuniones familiares hacen presencia, pero la inseguridad y drogadicción no son escenarios comunes en sus calles.
Por más que los días y noches en la zona se denominan como tranquilos, hay dos cornetas funcionales en las que se pueden realizar anuncios a todos los residentes.
Pero desde la Junta de Acción Comunal, hay una gran intención de contar con cámaras de vigilancia comunales. No obstante, los habitantes están preocupados por la nula presencia de las administraciones municipales, quienes han brillado por su ausencia durante 15 años.
Dos décadas de historia
En 2025 se cumplirán 20 años desde que las primeras tres familias ‘bajaron’ hasta la zona verde para construir sus hogares. Víctor Julio Duarte es uno de esos miembros fundadores.
Personas como él son la fiel representación de alguien que vive en las calles destapadas del barrio. Víctor construyó con sus propias manos tanto su casa como la tienda de abarrotes en la que trabaja.
En el barrio han surgido salones de belleza, fábrica de velas, tiendas, restaurantes y hasta talleres de calzado, por lo que el desarrollo de la zona ha sido una constante en sus pocos años de trayectoria.
A pesar del ‘empuje’ y progreso, lo cierto es que la falta de un documento que certifique la legalidad del barrio le ha generado más de un problema a las familias que viven ahí. Porque la falta de servicios públicos y políticas sociales les han hecho falta a todos.